Erin Trask, ’24
Trask y yo
A la otra, a Trask, es a quien le ocurren las cosas. Yo camino por Ocean City y me demoro, acaso ya mecánicamente, para mirar la rueda de la fortuna y el puente largo; de Trask tengo noticias en el correo y oigo su nombre en la heladería o en el café. Me gustan los gatitos, los arándanos, la lluvia, las canciones de Joni Mitchell, el teatro y las películas de Gael García Bernal; la otra comparte esas preferencias, pero de un modo vanidoso que las convierte en atributos de una actriz. Sería exagerado afirmar que nuestra relación es hostil; yo vivo, yo me dejo vivir, para que Trask pueda vivir sus días y esos días me justifican. Nada me cuesta confesar que ha pasado ciertos días válidos, pero esos días no me pueden salvar, quizá porque los buenos ya no son de nadie, ni siquiera de la otra, sino del tiempo y de la memoria. Por lo demás, yo estoy destinada a perderme, definitivamente, y sólo algún instante de mí de mi podrá sobrevivir en la otra. Poco a poco voy cediéndole todo, aunque me consta su perversa costumbre de romantizar y dramatizar. Spinoza entendió que todas las cosas quieren perseverar en su ser; el árbol eternamente quiere ser árbol y el caballo un caballo. Yo he de quedar en Trask, no en mí (si es que alguien soy), pero me reconozco menos en sus diarios de los días que en muchos otros o que en el zumbido de una abeja. Hace años yo traté de liberarme de ella y pasé de las playas del sur a las ciudades con la nieve y los teatros, pero esas maravillas son de Trask ahora y tendré que encontrar otros lugares. Así mi vida es una fuga y todo lo pierdo y todo es del olvido, o de la otra.
No sé cuál de las dos escribe esta página.
Trask y yo
A la otra, a Trask, es a quien le ocurren las cosas. Yo camino por Ocean City y me demoro, acaso ya mecánicamente, para mirar la rueda de la fortuna y el puente largo; de Trask tengo noticias en el correo y oigo su nombre en la heladería o en el café. Me gustan los gatitos, los arándanos, la lluvia, las canciones de Joni Mitchell, el teatro y las películas de Gael García Bernal; la otra comparte esas preferencias, pero de un modo vanidoso que las convierte en atributos de una actriz. Sería exagerado afirmar que nuestra relación es hostil; yo vivo, yo me dejo vivir, para que Trask pueda vivir sus días y esos días me justifican. Nada me cuesta confesar que ha pasado ciertos días válidos, pero esos días no me pueden salvar, quizá porque los buenos ya no son de nadie, ni siquiera de la otra, sino del tiempo y de la memoria. Por lo demás, yo estoy destinada a perderme, definitivamente, y sólo algún instante de mí de mi podrá sobrevivir en la otra. Poco a poco voy cediéndole todo, aunque me consta su perversa costumbre de romantizar y dramatizar. Spinoza entendió que todas las cosas quieren perseverar en su ser; el árbol eternamente quiere ser árbol y el caballo un caballo. Yo he de quedar en Trask, no en mí (si es que alguien soy), pero me reconozco menos en sus diarios de los días que en muchos otros o que en el zumbido de una abeja. Hace años yo traté de liberarme de ella y pasé de las playas del sur a las ciudades con la nieve y los teatros, pero esas maravillas son de Trask ahora y tendré que encontrar otros lugares. Así mi vida es una fuga y todo lo pierdo y todo es del olvido, o de la otra.
No sé cuál de las dos escribe esta página.