Mario Oliva, ’22
Trask y yo
Al otro, a Oliva, es a quien le ocurren las cosas. Yo camino por Holy Cross y me apuro a clase, casi inconscientemente, pasando debajo de los arcos de los edificios; de Oliva tengo apuntes en el bulto y veo su nombre en los exámenes o en las páginas de Canvas. Me gustan los palos de golf, el Barça, la historia de Europa, las noticias, el sabor de una chicha y las canciones de Carlos Vives; el otro comparte esas preferencias, pero de un modo vanidoso que las convierte en atributos de un actor. Sería exagerado decir que nuestra relación es una rivalidad; yo vivo, yo me dejo vivir, para que Oliva pueda disfrutar de sus deportes y esos deportes me justifican. Nada me cuesta confesar que ha logrado ciertos triunfos válidos, pero esos triunfos no me pueden rescatar, quizá porque lo bueno ya no es de nadie, ni siquiera del otro, sino del deporte o la tradición. Por lo demás, yo estoy destinado a perderme, definitivamente, y solo algún instante de mí podrá sobrevivir el otro. Poco a poco voy cediéndole todo, aunque me consta su costumbre de procrastinar y dormir. Spinoza entendió que todas las cosas quieren preservar en su ser, el palo de golf eternamente quiere ser el palo de golf y el lobo un lobo. Yo he de quedar en Oliva, no en mí (si es que alguien soy), pero me reconozco menos en sus triunfos que en muchos otros o que en el laborioso proceso de estudiar. Hace años yo traté de librarme de él y pasé de los deportes a los estudios con el tiempo y con lo infinito, pero esos juegos son de Oliva ahora y tendré que idear otras cosas. Así mi vida se va y de todo me voy olvidando, y todo es del pasado, o del otro.
No sé cual de los dos escribe esta página.
Trask y yo
Al otro, a Oliva, es a quien le ocurren las cosas. Yo camino por Holy Cross y me apuro a clase, casi inconscientemente, pasando debajo de los arcos de los edificios; de Oliva tengo apuntes en el bulto y veo su nombre en los exámenes o en las páginas de Canvas. Me gustan los palos de golf, el Barça, la historia de Europa, las noticias, el sabor de una chicha y las canciones de Carlos Vives; el otro comparte esas preferencias, pero de un modo vanidoso que las convierte en atributos de un actor. Sería exagerado decir que nuestra relación es una rivalidad; yo vivo, yo me dejo vivir, para que Oliva pueda disfrutar de sus deportes y esos deportes me justifican. Nada me cuesta confesar que ha logrado ciertos triunfos válidos, pero esos triunfos no me pueden rescatar, quizá porque lo bueno ya no es de nadie, ni siquiera del otro, sino del deporte o la tradición. Por lo demás, yo estoy destinado a perderme, definitivamente, y solo algún instante de mí podrá sobrevivir el otro. Poco a poco voy cediéndole todo, aunque me consta su costumbre de procrastinar y dormir. Spinoza entendió que todas las cosas quieren preservar en su ser, el palo de golf eternamente quiere ser el palo de golf y el lobo un lobo. Yo he de quedar en Oliva, no en mí (si es que alguien soy), pero me reconozco menos en sus triunfos que en muchos otros o que en el laborioso proceso de estudiar. Hace años yo traté de librarme de él y pasé de los deportes a los estudios con el tiempo y con lo infinito, pero esos juegos son de Oliva ahora y tendré que idear otras cosas. Así mi vida se va y de todo me voy olvidando, y todo es del pasado, o del otro.
No sé cual de los dos escribe esta página.