Priscila Ponce Jovel, ’22
El comienzo del fin
Colorín colorado este cuento se ha acabado
El tick tack del reloj me estaba volviendo loca. Cerré el libro y volteé a ver la cara de ese angelito ya con los ojos cerrados, su rostro blando y sin expresión, acostado en su cuna, cómodo y sin preocupación. Cerré la puerta lo más despacio y en silencio que pude, por ningún motivo iba a lidiar con ese diablito otra vez. Rápidamente bajé las escaleras y le dije adiós al señor Smith, agarré mi chamarra azul y corrí a alcanzar el bus de las seis y diez. Casi casi y no llego a tiempo. Sudando y sin aliento, miré alrededor, buscando un asiento libre pero para mi suerte no había ninguno. Me paré a la par de una mujer con un bebé, sutilmente le sonreí y volteé mi vista hacia afuera. Ya casi estaba oscuro, el cielo teñido en un naranja suave mezclado con morado con nubes grises y densas. Me estaba quedando dormida asi parada cuando me di cuenta que ya faltaba poco para llegar a mi parada. Mire a mi alrededor y el bus ya casi estaba vacío. El cielo ahora negro con las luces de la ciudad azochandolo.
Diez paradas y una hora de recorrido y por fin llegué a la calle Dark, a la casa roja en donde mi marido me esperaba. Antes de entrar suspire profundo, me arregle el vestido y abri. Manuel ya me esperaba ahí, en el mismo sitio de siempre, en el sillón, frente a la tele, con una cerveza en la mano. Sentí como su mirada me miraba de arriba abajo, con mal humor me dijo “Por qué llegas tan tarde, estoy esperando mi cena. Qué, ya no te importa tu hogar y tu marido?” Sin saber de que, me disculpe y camine hacia la cocina. La verdad es que no culpaba a Manuel de nuestro terrible matrimonio. Los dos tuvimos una infancia muy difícil. Nuestros padres nos abandonaron con nuestros abuelos y entre la pobreza, la guerra civil y el poco amor que nos daban, crecimos incapaces de demostrar efecto y mucho menos amor. Nos casamos muy jóvenes, los dos de veinte años, inexpertos de la vida, indocumentados en un país nuevo y sin saber en que íbamos a parar. Los primeros meses traté lo más que pude en ser la perfecta casada, sumisa, dedicada y obediente a mi marido. Todas las noches le rezaba a un Dios que nunca me escuchaba, ni cuando era niña ni hoy de adulta.
Dios, ¿por qué me haces esto, que he hecho yo para merecer esta vida cruel? Dame paciencia y sabiduría y guíame en tu camino de luz. Apiadate de mi y mi vida. ¿Qué mi sufrimiento no es suficiente? Dices que todos tenemos un propósito, pero Señor, ¿cuál es el mio? ¿Por qué no me dejas morir?
Le di vueltas a las tortillas mientras esperaba que la sopa hirviera. Sentí como una cálida lágrima rodaba de mi cachete, con rapidez la limpie con mi mano. Muchas veces pensaba en morirme, pero no suicidarme, no, más bien cada dia vivia esperando que un camion me pasara llevando y nunca volver a abrir los ojos. Agarré el cuchillo y empecé a cortar la verdura para la sopa y se me vino a la cabeza la pelea con Manuel de hace un año.
—Ya me tienes harto con tus excusas pendejas. Yo soy tu marido, me tienes que complacer. Llevamos más de un mes sin tener relaciones. ¿Eso te parece normal? No dejas que te toque, que te bese, ni que duerma con vos.
—Manuel, ya hemos hablado de esto. ¡No me gusta el afecto! No te quiero cerca, ni que respires cerca de mí, ni que me toques y ni que abraces. ¡SOLO NO ME GUSTA!
—Angustias, yo estoy tratando de ser un buen marido pero con vos de verdad que no se puede. Ya llevamos años casados y yo quiero engendrar con la mujer con quien me case. Vos ya vas para los veinte y cuatro, ya va siendo hora de darme un hijo.
—¡Yo no quiero un hijo! Ni hoy, ni mañana, ni nunca.
El ruido del partido de fútbol me zumbaban los oídos. Puse las otras tortillas en el comal. Todavía no entendía como Manuel quería que le diera un hijo, un hijo que yo muy bien sabía nunca iba a poder querer. Nada bueno podía nacer de algo roto, algo dañado, algo tan imperfecto. Yo no quería traer a este mundo de miseria una criatura que solo sufriría y que sería condenado a una vida de tristeza y odio. Un día yo fui esa hija, a quien no deseaban, quien creció preguntándose por qué sus padres no la querían. Tampoco quería ser otro matrimonio como los Smiths, con dinero y clase pero forzados a estar juntos “por el bien de los niños”. ¿Qué tipo de madre sería si dejara crecer un embrión en mi oscuro útero? Ya hirviendo la sopa, apagué la cocina y empecé a servir la cena. Desde la sala venían los gritos de Manuel preguntando si la comida estaba lista. Como buena esposa le respondí con mi tono suave “Si amor, ya la llevo”. Mientras me limpiaba las lágrimas de la cara por décima vez, me di cuenta que todavía llevaba la ropa del trabajo. Agarre los platos y los lleve al comedor en donde Manuel desesperadamente me esperaba. Tomando un paso a la vez, con un plato en cada mano, volví a respirar profundamente.
Padre nuestro que estás en los cielos,
santificado sea Tu nombre;
venga a nosotros Tu reino….
Al llegar a la mesa, puse los platos y le sonreí sutilmente. Él sentado en la cabecera de la mesa y yo sentada a la par de él. Como cada vez que cenábamos, todo estaba en silencio, solo escuchaba su sorbo al comer la sopa y la televisión como ruido de fondo. Sentí como inquietamente mi pierna empezaba a temblar. No por nervios, si no por la molestia que me producía escuchar sus sorbos de la cuchara. Sin darme cuenta, sentí como hacía un puño con la mano izquierda, escondida debajo de la mesa. ¿Esto es lo que sería mi vida por el resto de mis días? El odio corriendo por mis venas, escondiendo lagrimas, deseando morir…. Un ciclo sin final…
Para hacer platica y callar las voces de mi mente le dije a Manuel “el señor Smith quiere que trabaje más días, de lunes a viernes y dice que me va a pagar mejor. Es que el niño se ha vuelto muy inquieto y no le gusta pasar con su mamá. Solo conmigo se queda dormido y pues creo que el dinero nos va a venir bien”. En ese momento me di cuenta de mi error. No le podía decir a Manuel que yo iba a pasar más tiempo fuera de casa, era algo inconcebible. Escuché la cuchara caer fuertemente en la mesa. Manuel me miraba con esos ojos oscuros que ya muy conocia, agache la cabeza como un perro arrepentido hacia su amo. Me jalo del brazo con tanta fuerza que sentía como sus dedos alrededor de mi musculo llegaban a sentir mi hueso. Mientras sus gritos se volvían ecos mire hacia donde había dejado el cuchillo, en el otro extremo de la mesa, muy lejos de mi alcance. Sacudí mi cabeza, tratando de quitarme estos pensamientos.
Me levanté de la mesa y agarre los platos. Caminando de regreso a la cocina noté como mi manos estaban temblando y sin poderlo evitar se me cayó un plato.. vidrios volando por todos lados… pedazos de comida en el suelo de madera y yo parada ahí, inmovilizada y asustada de la reacción de Manuel. Al fin escuche los gritos otra vez “Qué haces imbécil, recoge eso y limpia el piso”. Rápidamente deje los otros platos en el fregadero y agarre la escoba. Me agaché y cuidadosamente recogí los pedazos grandes de vidrios con la mano y sin pensarlo mucho escondí un pedazo de vidrio en mi delantal mientras tiraba el resto en la bolsa de basura. Manuel ya estaba de nuevo en el sillón, abriendo otra cerveza y subiéndole el volumen al partido. Saqué la bolsa de basura del basurero y caminé hacia la puerta trasera, mañana era sábado, día de la basura.
Afuera me encontré a doña Lupe, mi vecina, quien siempre me sacaba plática aunque yo no quisiera. Vi como venía caminando hacia mi. Le sonreí y le dije “hola doña Lupe como se encuentra”. Ella ya tenía unos sesenta años más o menos, vivía con su esposo don Juan, dos viejitos ya retirados con un perrito que pasaba ladrando toda la noche. “Hola mi’ja como estas, ya tenía días de no verte. ¿Cómo está Manuel? He escuchado gritos últimamente, ¿está todo bien?” Cínicamente le respondí, “sí todo bien, ya sabe Manuel viendo sus partidos de fútbol y se emociona mucho”. Con su mirada suave y delicada vi la preocupación de doña Lupe en sus ojos así que cambié el tema rápidamente, “doña Lupe me avisa cuando haga torrejas, ya sabe que a Manuel le gustan y yo nos las puedo hacer”. Por fin cambió su expresión y me sonrió, “si mi’ja no te preocupes yo te aviso cuando las hagas y te traigo unas para que se las dé a tu marido”. Volví a sonreír y empecé a caminar de regreso a casa. Sentí su mano en mi hombro y me dijo “Angustias, si algún día necesitas de algo, no dudes en venir a tocar la puerta. Mi casa siempre va a estar abierta para vos”. Sin poder decirle algo vi como la pobre anciana se marchaba lentamente hacia su casa, en donde su marido la esperaba en la puerta con una taza de café. Agite mi mano para saludarlo y agarre camino de nuevo hacia mi infierno.
No más dentre, corrí hacia el baño, cerré la puerta con llave y me senté en el inodoro sacando el pedazo de vidrio de mi delantal. Me le quedé mirando fijamente por unos segundos, contemplando mis más oscuros deseos, mis ganas de esfumarse y desaparecer. Nadie me iba a extrañar, nadie se iba a dar cuenta si estaba o no estaba aquí, nadie nunca jamás iba a saber algo de mi. En unos segundos mis miedos y desgracias podrían desvanecerse… Sacudo mi cabeza y tiro el pedazo de vidrio en el basurero del baño. Enciendo el chorro del fregadero, agarro el agua con las manos y me la echo en la cara. Me miro a mi misma en el espejo, “que tonta seria en buscar una solución tan fácil. No era capaz de hacerlo, Dios lo sabía… Abro y regreso a la cocina a terminar de lavar los platos.
Cuando termino, voy a la sala, Manuel seguía en el sillón, con los pies levantados, puestos en la mesita. Las botellas de las cervezas vacías estaban tiradas por todo el piso. Agarro mi rosario y me siento en el sillón a la par de Manuel. Siento cada pelotita del rosario pasar por mis dedos fríos. Por fin Manuel se levanta, señalando que es hora de ir a dormir. Me levanto y me voy a nuestra recamara. Por fin me quito mi ropa de trabajo y me pongo mi camisón. En cinco cortos minutos por fin logro no sentir nada y me dejo absorber por el mundo de la oscuridad.
Despierto y me siento a la orilla de la cama esperando que la alarma suene a las seis de la mañana, faltaban diez minutos más. El cuarto aún estaba oscuro, unos pocos rayos solares entraban por las grietas de las cortinas. Los ronquidos de Manuel hacían ecos en el cuarto… No solo me acechaba estando despierto sino también durmiendo. Por fin sonó la alarma, esa melodía que me recordaba que mi infierno estaba por comenzar. La dejo sonar por unos segundos hasta que por fin estiro el brazo hacia la mesa de noche y la apago. En la esquina de mi ojo derecho veo como Manuel se daba vuelta y despertaba. Como un sonido lejano escucho como me decía “vieja ve y hazme café y unos huevitos” y sin pensarlo, le dije “quiero el DIVORCIO”. El me respondió “Que estás diciendo?” y me doy cuenta que ya era muy tarde… ya era el principio del fin… “Dije que quiero el divorcio.”
Dios te salve, Maria
llena eres de gracia;
el Señor es contigo.
Bendita Tú eres
entre todas las mujeres….
Me levanto de la cama y mientras escucho de lejos los gritos histéricos de Manuel, camino hacia el baño… Todo hubiera sido mejor si así hubiera ocurrido, ¿no? ….. Abro la puerta del baño y ahí estaba…. mi cuerpo…tirado en el suelo, intacto, pálido, rodeado de sangre con el pedazo de vidrio cerca de mi mano. Siento pena por mi misma. Así había acabado; otro cuerpo sin vida, otro suicidio más, otra mujer sin amor o esperanza.
El comienzo del fin
Colorín colorado este cuento se ha acabado
El tick tack del reloj me estaba volviendo loca. Cerré el libro y volteé a ver la cara de ese angelito ya con los ojos cerrados, su rostro blando y sin expresión, acostado en su cuna, cómodo y sin preocupación. Cerré la puerta lo más despacio y en silencio que pude, por ningún motivo iba a lidiar con ese diablito otra vez. Rápidamente bajé las escaleras y le dije adiós al señor Smith, agarré mi chamarra azul y corrí a alcanzar el bus de las seis y diez. Casi casi y no llego a tiempo. Sudando y sin aliento, miré alrededor, buscando un asiento libre pero para mi suerte no había ninguno. Me paré a la par de una mujer con un bebé, sutilmente le sonreí y volteé mi vista hacia afuera. Ya casi estaba oscuro, el cielo teñido en un naranja suave mezclado con morado con nubes grises y densas. Me estaba quedando dormida asi parada cuando me di cuenta que ya faltaba poco para llegar a mi parada. Mire a mi alrededor y el bus ya casi estaba vacío. El cielo ahora negro con las luces de la ciudad azochandolo.
Diez paradas y una hora de recorrido y por fin llegué a la calle Dark, a la casa roja en donde mi marido me esperaba. Antes de entrar suspire profundo, me arregle el vestido y abri. Manuel ya me esperaba ahí, en el mismo sitio de siempre, en el sillón, frente a la tele, con una cerveza en la mano. Sentí como su mirada me miraba de arriba abajo, con mal humor me dijo “Por qué llegas tan tarde, estoy esperando mi cena. Qué, ya no te importa tu hogar y tu marido?” Sin saber de que, me disculpe y camine hacia la cocina. La verdad es que no culpaba a Manuel de nuestro terrible matrimonio. Los dos tuvimos una infancia muy difícil. Nuestros padres nos abandonaron con nuestros abuelos y entre la pobreza, la guerra civil y el poco amor que nos daban, crecimos incapaces de demostrar efecto y mucho menos amor. Nos casamos muy jóvenes, los dos de veinte años, inexpertos de la vida, indocumentados en un país nuevo y sin saber en que íbamos a parar. Los primeros meses traté lo más que pude en ser la perfecta casada, sumisa, dedicada y obediente a mi marido. Todas las noches le rezaba a un Dios que nunca me escuchaba, ni cuando era niña ni hoy de adulta.
Dios, ¿por qué me haces esto, que he hecho yo para merecer esta vida cruel? Dame paciencia y sabiduría y guíame en tu camino de luz. Apiadate de mi y mi vida. ¿Qué mi sufrimiento no es suficiente? Dices que todos tenemos un propósito, pero Señor, ¿cuál es el mio? ¿Por qué no me dejas morir?
Le di vueltas a las tortillas mientras esperaba que la sopa hirviera. Sentí como una cálida lágrima rodaba de mi cachete, con rapidez la limpie con mi mano. Muchas veces pensaba en morirme, pero no suicidarme, no, más bien cada dia vivia esperando que un camion me pasara llevando y nunca volver a abrir los ojos. Agarré el cuchillo y empecé a cortar la verdura para la sopa y se me vino a la cabeza la pelea con Manuel de hace un año.
—Ya me tienes harto con tus excusas pendejas. Yo soy tu marido, me tienes que complacer. Llevamos más de un mes sin tener relaciones. ¿Eso te parece normal? No dejas que te toque, que te bese, ni que duerma con vos.
—Manuel, ya hemos hablado de esto. ¡No me gusta el afecto! No te quiero cerca, ni que respires cerca de mí, ni que me toques y ni que abraces. ¡SOLO NO ME GUSTA!
—Angustias, yo estoy tratando de ser un buen marido pero con vos de verdad que no se puede. Ya llevamos años casados y yo quiero engendrar con la mujer con quien me case. Vos ya vas para los veinte y cuatro, ya va siendo hora de darme un hijo.
—¡Yo no quiero un hijo! Ni hoy, ni mañana, ni nunca.
El ruido del partido de fútbol me zumbaban los oídos. Puse las otras tortillas en el comal. Todavía no entendía como Manuel quería que le diera un hijo, un hijo que yo muy bien sabía nunca iba a poder querer. Nada bueno podía nacer de algo roto, algo dañado, algo tan imperfecto. Yo no quería traer a este mundo de miseria una criatura que solo sufriría y que sería condenado a una vida de tristeza y odio. Un día yo fui esa hija, a quien no deseaban, quien creció preguntándose por qué sus padres no la querían. Tampoco quería ser otro matrimonio como los Smiths, con dinero y clase pero forzados a estar juntos “por el bien de los niños”. ¿Qué tipo de madre sería si dejara crecer un embrión en mi oscuro útero? Ya hirviendo la sopa, apagué la cocina y empecé a servir la cena. Desde la sala venían los gritos de Manuel preguntando si la comida estaba lista. Como buena esposa le respondí con mi tono suave “Si amor, ya la llevo”. Mientras me limpiaba las lágrimas de la cara por décima vez, me di cuenta que todavía llevaba la ropa del trabajo. Agarre los platos y los lleve al comedor en donde Manuel desesperadamente me esperaba. Tomando un paso a la vez, con un plato en cada mano, volví a respirar profundamente.
Padre nuestro que estás en los cielos,
santificado sea Tu nombre;
venga a nosotros Tu reino….
Al llegar a la mesa, puse los platos y le sonreí sutilmente. Él sentado en la cabecera de la mesa y yo sentada a la par de él. Como cada vez que cenábamos, todo estaba en silencio, solo escuchaba su sorbo al comer la sopa y la televisión como ruido de fondo. Sentí como inquietamente mi pierna empezaba a temblar. No por nervios, si no por la molestia que me producía escuchar sus sorbos de la cuchara. Sin darme cuenta, sentí como hacía un puño con la mano izquierda, escondida debajo de la mesa. ¿Esto es lo que sería mi vida por el resto de mis días? El odio corriendo por mis venas, escondiendo lagrimas, deseando morir…. Un ciclo sin final…
Para hacer platica y callar las voces de mi mente le dije a Manuel “el señor Smith quiere que trabaje más días, de lunes a viernes y dice que me va a pagar mejor. Es que el niño se ha vuelto muy inquieto y no le gusta pasar con su mamá. Solo conmigo se queda dormido y pues creo que el dinero nos va a venir bien”. En ese momento me di cuenta de mi error. No le podía decir a Manuel que yo iba a pasar más tiempo fuera de casa, era algo inconcebible. Escuché la cuchara caer fuertemente en la mesa. Manuel me miraba con esos ojos oscuros que ya muy conocia, agache la cabeza como un perro arrepentido hacia su amo. Me jalo del brazo con tanta fuerza que sentía como sus dedos alrededor de mi musculo llegaban a sentir mi hueso. Mientras sus gritos se volvían ecos mire hacia donde había dejado el cuchillo, en el otro extremo de la mesa, muy lejos de mi alcance. Sacudí mi cabeza, tratando de quitarme estos pensamientos.
Me levanté de la mesa y agarre los platos. Caminando de regreso a la cocina noté como mi manos estaban temblando y sin poderlo evitar se me cayó un plato.. vidrios volando por todos lados… pedazos de comida en el suelo de madera y yo parada ahí, inmovilizada y asustada de la reacción de Manuel. Al fin escuche los gritos otra vez “Qué haces imbécil, recoge eso y limpia el piso”. Rápidamente deje los otros platos en el fregadero y agarre la escoba. Me agaché y cuidadosamente recogí los pedazos grandes de vidrios con la mano y sin pensarlo mucho escondí un pedazo de vidrio en mi delantal mientras tiraba el resto en la bolsa de basura. Manuel ya estaba de nuevo en el sillón, abriendo otra cerveza y subiéndole el volumen al partido. Saqué la bolsa de basura del basurero y caminé hacia la puerta trasera, mañana era sábado, día de la basura.
Afuera me encontré a doña Lupe, mi vecina, quien siempre me sacaba plática aunque yo no quisiera. Vi como venía caminando hacia mi. Le sonreí y le dije “hola doña Lupe como se encuentra”. Ella ya tenía unos sesenta años más o menos, vivía con su esposo don Juan, dos viejitos ya retirados con un perrito que pasaba ladrando toda la noche. “Hola mi’ja como estas, ya tenía días de no verte. ¿Cómo está Manuel? He escuchado gritos últimamente, ¿está todo bien?” Cínicamente le respondí, “sí todo bien, ya sabe Manuel viendo sus partidos de fútbol y se emociona mucho”. Con su mirada suave y delicada vi la preocupación de doña Lupe en sus ojos así que cambié el tema rápidamente, “doña Lupe me avisa cuando haga torrejas, ya sabe que a Manuel le gustan y yo nos las puedo hacer”. Por fin cambió su expresión y me sonrió, “si mi’ja no te preocupes yo te aviso cuando las hagas y te traigo unas para que se las dé a tu marido”. Volví a sonreír y empecé a caminar de regreso a casa. Sentí su mano en mi hombro y me dijo “Angustias, si algún día necesitas de algo, no dudes en venir a tocar la puerta. Mi casa siempre va a estar abierta para vos”. Sin poder decirle algo vi como la pobre anciana se marchaba lentamente hacia su casa, en donde su marido la esperaba en la puerta con una taza de café. Agite mi mano para saludarlo y agarre camino de nuevo hacia mi infierno.
No más dentre, corrí hacia el baño, cerré la puerta con llave y me senté en el inodoro sacando el pedazo de vidrio de mi delantal. Me le quedé mirando fijamente por unos segundos, contemplando mis más oscuros deseos, mis ganas de esfumarse y desaparecer. Nadie me iba a extrañar, nadie se iba a dar cuenta si estaba o no estaba aquí, nadie nunca jamás iba a saber algo de mi. En unos segundos mis miedos y desgracias podrían desvanecerse… Sacudo mi cabeza y tiro el pedazo de vidrio en el basurero del baño. Enciendo el chorro del fregadero, agarro el agua con las manos y me la echo en la cara. Me miro a mi misma en el espejo, “que tonta seria en buscar una solución tan fácil. No era capaz de hacerlo, Dios lo sabía… Abro y regreso a la cocina a terminar de lavar los platos.
Cuando termino, voy a la sala, Manuel seguía en el sillón, con los pies levantados, puestos en la mesita. Las botellas de las cervezas vacías estaban tiradas por todo el piso. Agarro mi rosario y me siento en el sillón a la par de Manuel. Siento cada pelotita del rosario pasar por mis dedos fríos. Por fin Manuel se levanta, señalando que es hora de ir a dormir. Me levanto y me voy a nuestra recamara. Por fin me quito mi ropa de trabajo y me pongo mi camisón. En cinco cortos minutos por fin logro no sentir nada y me dejo absorber por el mundo de la oscuridad.
Despierto y me siento a la orilla de la cama esperando que la alarma suene a las seis de la mañana, faltaban diez minutos más. El cuarto aún estaba oscuro, unos pocos rayos solares entraban por las grietas de las cortinas. Los ronquidos de Manuel hacían ecos en el cuarto… No solo me acechaba estando despierto sino también durmiendo. Por fin sonó la alarma, esa melodía que me recordaba que mi infierno estaba por comenzar. La dejo sonar por unos segundos hasta que por fin estiro el brazo hacia la mesa de noche y la apago. En la esquina de mi ojo derecho veo como Manuel se daba vuelta y despertaba. Como un sonido lejano escucho como me decía “vieja ve y hazme café y unos huevitos” y sin pensarlo, le dije “quiero el DIVORCIO”. El me respondió “Que estás diciendo?” y me doy cuenta que ya era muy tarde… ya era el principio del fin… “Dije que quiero el divorcio.”
Dios te salve, Maria
llena eres de gracia;
el Señor es contigo.
Bendita Tú eres
entre todas las mujeres….
Me levanto de la cama y mientras escucho de lejos los gritos histéricos de Manuel, camino hacia el baño… Todo hubiera sido mejor si así hubiera ocurrido, ¿no? ….. Abro la puerta del baño y ahí estaba…. mi cuerpo…tirado en el suelo, intacto, pálido, rodeado de sangre con el pedazo de vidrio cerca de mi mano. Siento pena por mi misma. Así había acabado; otro cuerpo sin vida, otro suicidio más, otra mujer sin amor o esperanza.