Anna Dailey, ’25
Mi elemento
—Qué lindas tus joyas. Me gustaría tenerlas —dijo la niña.
—Gracias, pero son mías. Puedes tenerlas cuando me muera.
La niña se sentó en el cuarto de su madre y se enamoraba de las perlas brillantes en el joyero. Ella no podía pensar en nada sino en las gemas maravillosas. «No», dijo la madre cada vez que la niña le rogaba la joyería. «Mi madre nunca va a morir. Nunca va a darme lo que amo» lamentaba la niña.
—Pienso que fue un ladrón quién mató a tu madre —le dijo la policía a la niña. —No podemos encontrar su joyería, entonces es probable que alguien la robó y la mató.
—¡Qué horrible! dijo la niña, mientras liaba un collar de gemas entre sus dedos en el bolsillo.
Mi elemento
—Qué lindas tus joyas. Me gustaría tenerlas —dijo la niña.
—Gracias, pero son mías. Puedes tenerlas cuando me muera.
La niña se sentó en el cuarto de su madre y se enamoraba de las perlas brillantes en el joyero. Ella no podía pensar en nada sino en las gemas maravillosas. «No», dijo la madre cada vez que la niña le rogaba la joyería. «Mi madre nunca va a morir. Nunca va a darme lo que amo» lamentaba la niña.
• • •
—Pienso que fue un ladrón quién mató a tu madre —le dijo la policía a la niña. —No podemos encontrar su joyería, entonces es probable que alguien la robó y la mató.
—¡Qué horrible! dijo la niña, mientras liaba un collar de gemas entre sus dedos en el bolsillo.