Mallory Doyle, ’24
Doyle y yo
A la otra, a Doyle, es a quien le ocurren las cosas. Yo camino por Millis y me demoro, acaso ya mecánicamente, para mirar los árboles en el parque antes de entrar en mis restaurantes favoritos; Doyle tiene muchas obligaciones de ser estudiante y siempre tiene una lista de tareas que necesita hacer. Me gustan los animales pequeños, Netflix, la playa, el sabor del té, y la prosa de John Green; la otra comparte esas preferencias, pero de un modo vanidoso que las convierte en atributos de un ser moderno. Sería exagerado afirmar que nuestra relación es hostil; yo vivo, me dejo vivir para que Doyle pueda congeniar en la sociedad. No me cuesta confesar que ha logrado ciertas amistades válidas, pero esas amistades no me pueden salvar. Por lo demás, yo estoy destinada a perderme, y sólo algún instante de mí podrá sobrevivir en la otra. Poco a poco voy cediéndole todo, aunque me consta su perversa costumbre de falsear y magnificar. Socrates entendió que todas las cosas quieren perseverar en su ser; la Hydro Flask quiere ser Hydro Flask y el pingüino un pingüino. Yo he de quedar en Doyle, no en mí (si es que alguien soy), pero me reconozco menos en sus interacciones sociales que en muchas otras o en un dedo en la tecla del piano. Hace años yo traté de liberarme de ella y pasé de las mitologías del arrabal a los juegos con el tiempo y con lo infinito, pero esos juegos son de Doyle ahora y tendré que idear otras cosas. Así mi vida es una fuga y todo lo pierdo y todo es del olvido, o de la otra.
No sé cuál de las dos escribe esta página.
Doyle y yo
A la otra, a Doyle, es a quien le ocurren las cosas. Yo camino por Millis y me demoro, acaso ya mecánicamente, para mirar los árboles en el parque antes de entrar en mis restaurantes favoritos; Doyle tiene muchas obligaciones de ser estudiante y siempre tiene una lista de tareas que necesita hacer. Me gustan los animales pequeños, Netflix, la playa, el sabor del té, y la prosa de John Green; la otra comparte esas preferencias, pero de un modo vanidoso que las convierte en atributos de un ser moderno. Sería exagerado afirmar que nuestra relación es hostil; yo vivo, me dejo vivir para que Doyle pueda congeniar en la sociedad. No me cuesta confesar que ha logrado ciertas amistades válidas, pero esas amistades no me pueden salvar. Por lo demás, yo estoy destinada a perderme, y sólo algún instante de mí podrá sobrevivir en la otra. Poco a poco voy cediéndole todo, aunque me consta su perversa costumbre de falsear y magnificar. Socrates entendió que todas las cosas quieren perseverar en su ser; la Hydro Flask quiere ser Hydro Flask y el pingüino un pingüino. Yo he de quedar en Doyle, no en mí (si es que alguien soy), pero me reconozco menos en sus interacciones sociales que en muchas otras o en un dedo en la tecla del piano. Hace años yo traté de liberarme de ella y pasé de las mitologías del arrabal a los juegos con el tiempo y con lo infinito, pero esos juegos son de Doyle ahora y tendré que idear otras cosas. Así mi vida es una fuga y todo lo pierdo y todo es del olvido, o de la otra.
No sé cuál de las dos escribe esta página.