Mary Caulfield ‘18
Me has roto el corazón
Me has roto el corazón
Me has roto el corazón, has entrado en él para encontrar las arterias más escondidas, para mancharlas—con tus historias, tus palabras, tu aire. Me agarraste por las venas y me sacaste de mí misma para ver otro pedacito de quién soy, porque verse a uno mismo sólo se logra así en pedacitos. Me enseñaste a querer y a ser querida, a escuchar, a vivir sin miedo del tiempo que me persigue constantemente, a caminar con propósito pero sin prisa. Mis diste tus lágrimas y tu risa, tu sangre y tu medicina. Me despojaste de la necesidad de dominar sobre el misterio de la vida y me diste la oportunidad de aceptar las cosas—aceptar que la vida se vive, no se controla, aceptar cómo abrazar lo desconocido y la extraña normalidad, aceptar cómo perdonarme a mi misma, aceptar que los latidos de mi corazón se pueden sincronizar con los de miles de otros corazones. Me acunaste y me asustaste en tus noches sagradas y oscuras. Me sorprendiste con la gloria de tus mañanas y con la lección de que en cada amanecer, la amargura solo se debe encontrar en el café, no en el alma. Y entre la santidad de tus noches más oscuras y el bullicio de tus mañanas más iluminadas, vi el rostro de Dios, y en los senderos que atravesé entre el sol y la luna sentí Su mano divina. Me consumiste en la sinfonía de tu caos. Me enamoraste con tus colores y tus sentimientos, me cautivaste con tu música y tu silencio, me inundaste con tus aromas y tus olores. Me quitaste el miedo de viajar, de soltar la seguridad en cambio de la vida, de llevarme bien conmigo misma, de cargar conmigo solamente un corazón dispuesto y de tratar de abrazar al mundo con los ojos. Y así con eso, me enteré de esa luz de la que cuentan que alumbra la oscuridad de esta vida tan liosa, profunda, desgarradora, hermosa e irrepetible. Gracias por tocarme en tus atardeceres y tus lluvias, tus cafés y tus elotes, tus montañas y tus ríos, tus volcanes y tus temblores. Gracias por dejarme conocerte en los ojos de niños, en las manos de ancianos, en los corazones de tus mesas, en las voces de tus cantos, en las lágrimas de tus risas. Gracias por romperme, por darme tu aire para respirar.
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Volcán Tajumulco, San Marcos, Guatemala