Valentina Maza, ’23
Chirridos
Este era un hombre que vivía obstinado por el chirrido de un grillo. El sonido lo atormentaba tanto que cuando oscurecía se quejaba con su hermana.
—¿Será que ese grillo no se va a callar? Me tiene hasta la coronilla.
—Dímelo a mí, que no me deja dormir.
Todas las noches los hermanos tenían esta conversación y el grillo los escuchaba. Muy triste pensaba y decía:
—¡Ay si supieran! Llevo días sin ver la luz del sol. Mis chirridos son lo único que puede sacarme de este encierro.
Una noche, los hermanos estaban en la sala cuando vieron a dos grillos saltando. El hermano busca inmediatamente un zapato y los aplasta. Nada más soltar el calzado, escuchan el chillido que los aturdió hasta el otro día.
—¡Me los mató! Después de oír ese cataplum, jamás van a dejar de escucharme. ¡Lo juro!
Chirridos
Este era un hombre que vivía obstinado por el chirrido de un grillo. El sonido lo atormentaba tanto que cuando oscurecía se quejaba con su hermana.
—¿Será que ese grillo no se va a callar? Me tiene hasta la coronilla.
—Dímelo a mí, que no me deja dormir.
Todas las noches los hermanos tenían esta conversación y el grillo los escuchaba. Muy triste pensaba y decía:
—¡Ay si supieran! Llevo días sin ver la luz del sol. Mis chirridos son lo único que puede sacarme de este encierro.
Una noche, los hermanos estaban en la sala cuando vieron a dos grillos saltando. El hermano busca inmediatamente un zapato y los aplasta. Nada más soltar el calzado, escuchan el chillido que los aturdió hasta el otro día.
—¡Me los mató! Después de oír ese cataplum, jamás van a dejar de escucharme. ¡Lo juro!